– Margarita, eres todo lo que había soñado hasta ahora – Dije mirando sus ojos
– Pedro, no quiero separarme nunca de ti – Pude ver su respuesta cómplice.
Ringgggggggggg
Un hombre vive de sus miedos, porque son ellos los que crean las brillantes ideas del ingenio o las pesadillas más terribles de la especie humana.
Como un martillo en el tímpano retumbó en mi cabeza el despertador. Aunque despierto, estaba todavía aturdido cuando me di cuenta de que debía prepararme para empezar a trabajar en Karpal. Pude recordar las recomendaciones de mi amiga Ruth sobre qué corbata y qué camisa elegir, no podía fiarme de un despiste de mi daltonismo genético. Aún recuerdo episodios del instituto donde tenía que volver corriendo a casa por las risas de mis compañeros por las confusiones entre el azul y el verde.
No podía fallar y por eso escogí el azul, si ya lo eligió Zuckerberg para Facebook, yo también quería probar a tener el mismo éxito.
Elegí cuidadosamente la fruta y los cereales que más me gustaban, tenía que tener energía y fui directamente a alcanzar el café de intensidad alta que mi cafetera (no precisamente de última generación) había preparado, pues cuando me levanto también tengo que despertar a mis pulsaciones.
Quería causar buena impresión, por eso cogí el perfume de los sábados y los ligues, para dejar huella una vez ocupara el que iba a ser mi hueco durante muchas horas en los próximos años.
En el metro podía ver a los que iban a ser mi compañeros de viajes durante mucho tiempo, cada uno de ellos con su vida, unos con su móvil echando humo con aplicaciones de todo tipo, otros con un libro sensacionalista, otros con un sudoku infernal y otros con un libro de autoayuda que tal vez solucionara problemas que no tenían remedio. Preferí a diferencia del resto limitarme a disfrutar de la observación de esa katarsis de sensaciones que cada uno de ellos me inspiraba y podía disfrutar con su imagen o lo que me evocaba lo que les depararía el día.
Era por tanto mi propio master de personas y valores. Es seguro que los campesinos más ignorantes y estúpidos, o los niños, o incluso las bestias salvajes hacen progresos con la experiencia y aprenden las cualidades de los objetos naturales al observar los efectos que resultan de ellos.
Portaba un maletín, como si estuviera en el cole, con ese cuaderno de notas que siempre te sobra y con el típico juego de pluma, bolígrafo y lapicero que te regala mamá cuando no sabe que regalarte el día de tu cumpleaños. – Por fin tenía sentido su regalo.
Subiendo a la oficina pude encontrarme con Rotermeller.
– Qué alegría Pedro – Exclamó con un timbre de voz desagradable.
– ¿Cómo estás? – Sabía que el proceso de selección empezaba ahora y ganarse a la secretaria era uno de mis primeros retos. Empezaba con aquellos trabajos que no vienen en un correo electrónico donde te solicitan algo o en el sistema de gestión que forma parte de tus funciones y responsabilidades.
Margarita estaba increíble, la podía imaginar eligiendo su mejor traje de chaqueta y sus preciosos zapatos de tacón (que hacían escapar mis miradas más esquivas), pensando en mí, al igual que yo había hecho escogiendo mi mejor corbata, pensando en ella.
Nos dirigimos al que iba a ser mi puesto donde pude ver mi ordenador recién instalado con un manual de bienvenida de más de 400 páginas – ¿alguien se lee esto? – con informaciones relevantes como el organigrama de la empresa y otras que pronto olvidaría sobre el punto de encuentro en cuanto a una posible evacuación.
– ¿Te apetece un café? Preparan uno riquísimo en el corner de la oficina. – Preguntó cariñosamente Margarita.
– Claro, cómo no! – No es que fuera lo que más me apetecía después del de casa, pero sabía del acto social que correspondía.
Mientras nos dirigimos a la cafetería a izquierda y derecha me fue presentando a toda persona que nos cruzamos. Creo que desconecté a la tercera de ellas, sólo recordando aquellos nombres particulares, como por ejemplo Florencio, de administración de personal, que era un sabio de no menos de 200 años que seguro me daría toda la información oficial y no oficial y Desamparados, de sistema de gestión, que probablemente me ofrecería lo necesario para estar cuanto antes en el engranaje de la empresa
Sabía que aunque no recordara ninguno de sus nombres ellos sí lo harían conmigo respecto a cada detalle, por eso quería irradiar seguridad y la mejor de mis sonrisas.
La información que me daba Margarita era extensa y ardua, no esperaba menos, pero estaba deseando ponerme en materia. Mis miradas eran las justas y más después de la pesadilla que había tenido esta noche con ella. Debía centrarme en mi trabajo. Pocas horas después ya estaba en la soledad de mi sitio enfrentándome a mis primeros correos electrónicos.
Mi madre, aún me llama niño cuando vamos al médico. En la cartera del cole que me dejó de mi padre y que nunca se había utilizado, me dejó un yogur bifidus con una cuchara de plástico y una nota que me decía “aliméntate bien cariño”. Madre mía nunca mejor dicho. Arrugué rápidamente el papel con miedo a ser visto por mis nuevos compañeros; aunque dado a la ubicación, sería difícil ser visto por otros y por ello me decidí a comer el yogur que realmente estaba delicioso como ya apunta Coronado en su anuncios.
Una vez disfrutado el yogurt, me disponía a tirarlo cuando observé una perfecta circunferencia en mi zapato negro castellano. Se me había caído el puñetero coronado en toda la punta. ¿¡Cómo me limpio ahora!? Recordaba como mi madre de pequeño limpiaba con su saliva y un pañuelo cualquier mancha como si se tratara de un KH7, pero me temía que no tenía tales medios y sinceramente acceder al baño sin ser visto parecía un reto imposible.
Entonces y sin darme cuenta llegó la solución.
Florencio, esbozando una sonrisa, vino a mi sitio con un puñado de servilletas y me recitó a la chaqueta metálica “Recluta patoso voy a hacer de ti un hombre, aunque sea más difícil que encogérsela a los negros del Congo».
Sabía entonces que tenía mi primer compañero y seguramente el cómplice de mucho de mis trabajos. Había nacido una complicidad especial gracias al bifidus de mi madre y era consciente de que la selección de mis compañeros era parte de mis primeros trabajos.